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viernes, 11 de junio de 2010

Volviendo a las andadas


Que España volverá a la misma operativa económica que funcionaba en el país un par de décadas atrás, parece ser un hecho consabido y aceptado. Volver a ser un país bananero, un país donde el mercado encubierto forma una buena parte de la economía interna parece estar más que justificado en circunstancias como las que nos provocan, en las que los impuestos crecen por todas las bandas y de los que parece no haber escapatoria posible.

El tercer mundo tiene un evidente flujo económico vagando por sus calles, en cualquier esquina se pueden observar amontonados, unos junto a otros, pequeños mostradores domésticos para la venta de productos de primera necesidad, tales como cigarrillos, refrescos, herramientas usadas,... cualquier cosa que pueda ser requerida en un preciso instante por el público caminante. A lo sumo, los propietarios son obligados a pagar una pequeña tasa municipal para ser aceptado como vendedor ambulante, pero jamás tendrán que declarar ninguna de sus austeras ventas. El salario es demasiado ajustado como para andar regalando dinero al fisco.

En España, la evidencia del mercado encubierto pasó a la historia con la entrada del país como miembro de la CEE, pero las circunstancias obligan y si el hambre aprieta, antes de que ahogue hay que buscar soluciones comprometidas. Los vendedores ambulantes de flores, bocadillos, gafas de sol o cervezas, deambulan las calles de las grandes ciudades en busca de los pequeños ingresos con los que subsistir un día más. Muchos pagan su habitación y su comida al día, es impensable para ellos juntar el dinero del alquiler para un mes entero. Además, las circunstancias les obligan a tener que enviar dinero a sus países de origen para alimentar con arroz a sus paupérrimas familias. Al estado eso no le importa, y a ellos no les preocupa lo que piense el estado, tienen que seguir sobreviviendo. O eso, o dejarse caer en una esquina a vivir de la caridad de los pocos compasivos vecinos que se pueden encontrar hoy día entre edificios y asfalto. La guerra está abierta. Una lucha a brazo partido entre estado y mercado sumergido, a la que cada vez se alistan más ciudadanos, porque por muy difícil que pueda parecer el fraude fiscal, el que creó la ley, primero se inventó la trampa para escapar él mismo en caso de necesidad. Naturaleza humana.

Ciudades como Madrid han inventado una falta administrativa con acuse de multa de 750€ para todos los vendedores que deambulen sin licencia alguna por la ciudad, preguntémonos, ¿de dónde la piensan cobrar?, ¿será otra de esas multas absurdas que inventa la administración pública para justificar su trabajo?,  ¿cómo alguien que vive debajo de un puente va a poder pagar semejante fortuna?

Apretar más a los ciudadanos con impuestos y restricciones nunca es una solución positiva. Las circunstancias han colocado en la palestra a socialistas, pero eso no excluye que un gobierno popular haría aguas de la misma forma. Los políticos son el reflejo del pueblo, en este caso pueblo ignorante, así que cualquier tendencia actual condenaría a la misma suerte el camino a recorrer.

Vivir en una sociedad capitalista, compuesta de malos valores y egos absurdos, compromete el tener que saber jugar con esas cartas. Es como una partida de póker. Cuando se tienen malas cartas, hay que jugar al engaño para tratar de ganar, porque en este caso se trata de crecimiento y egoísmo económico. España no cuenta precisamente con ases en su mano, así que la jugada va al engaño. En el caso contrario, jugando con buenas cartas de primera mano, el que no gana la partida es porque no sabe jugar. Estamos hablando en el hipotético caso de que España aspire a situarse entre una de las mayores potencias del confín terrestre, cosa ilógica por otra parte porque, hasta cuando tuvo el poder de gran parte del globo algunos siglos atrás, dependía de otras naciones más evolucionadas a las que siempre sirvió. El error vinculado, simplemente la corta inteligencia de sus monarcas, obispos, políticos, mandatarios y caraduras en general que, vuelvo a repetir, no son más que el reflejo de lo que es el pueblo.

Buscarle soluciones a este complejo entramado se antoja misión complicada, pero se me ocurre algo. Si el objetivo es aspirar a un crecimiento económico positivo que englobe un alto nivel de vida de los ciudadanos, todos puedan tener su piso o chalet, su apartamento de playa y su estudio de montaña para temporadas de esquí, su coche para el trabajo entre semana y su flamante deportivo para el fin de semana, su moto para pasear los domingos de buen clima, sus vacaciones en el Caribe, incluso su velero para temporadas estivales, ¿ por qué demonios no le votan como presidente a un tal Amancio Ortega, o al cual Emilio Botín, o a alguno de esos pocos empresarios de éxito que son capaces de gestionar sus capitales en épocas de crisis como la presente y multiplicar sus valores como la espuma? Ellos harían de España una empresa de éxitos, sin lugar a dudas.

Hace dos décadas, ese país llamado España del que me chirrían los oídos sólo de acordarme, era un país humilde, sin pretensiones ni ostentaciones, en el que la gente se saludaba por la calle, paseaban con los amigos y se tomaban potes en los bares. Hoy es un país oscuro y triste, con objetivos imposibles, en el que todo el mundo se pisotea y menosprecia, se agacha la cabeza para no saludar,...

VUELVAN A SER HUMILDES, NO ME JODAN!!!
martes, 8 de junio de 2010

La Mochila del Aventurero



Es difícil andar por la vida sin mirar atrás, sin acordarte de lo que has hecho y dejaste sin terminar, sin desconfiar de los que te siguen por la misma acera por la que caminas en la oscuridad de la noche, sin la necesidad de juzgar y prejuzgar lo que ves, lo que escuchas, lo que sientes. Cuando empiezas a apreciar la vida de un lugar con los cinco sentidos es con el paso del tiempo, dependiendo de tu predisposición en adaptarte al entorno, a la gente, a los olores y sabores, a la idiosincrasia tan diferente a la que has vivido en tu país de origen.

En la mochila de un aventurero tiene que viajar lo justo, ni de más, ni de menos. Si te pasas con lo previsto, te llevarás fuertes sofocones en una de esas caminatas para alcanzar un destino. Vivir con lo justo es una asignatura pendiente difícil de aprobar. La mayor parte de los viajes se planean con la seguridad de que pasado un mes estarás de vuelta en tu casa, con tu cocina vitro, tu sofá, tu plasma líquido y tu colchón ergonómico, delicioso para un sueño confortable. Mantendrás en tu retina los recuerdos de un par de experiencias pasadas, si es que te aventuras a salir del lujoso hotel en el que te instalas. Mientras tanto, volverás a la rutina de tu vida y soñarás con que el año próximo tus facturas te permitan hacer un esfuerzo económico de semejante envergadura sin tener que volver a pedir una ampliación de hipoteca.

Un aventurero sale de su casa con poco material y muchas ilusiones, con billete de ida, porque se va a vivir a otro lugar muy lejano, con la casa a cuestas, con la obligación de aprender cada día algo que le sirva para evolucionar en su filosofía de vida, con la ventaja de ir agrandando su mundo, que dejará de reducirse a la simpleza de una casa, un barrio, un pueblo, una ciudad, una provincia o un país. Entiende que el mundo es mucho más grande y no tan insignificante, con muchas esquinas que descubrir, mucha gente que conocer. Los dos mil euros de media que se gasta una persona cualquiera en sus vacaciones, el aventurero los tiene que estirar cuatro meses, porque de gastar a ese ritmo quebraría de manera instantánea su economía.

Consecuencia de ello, hay que buscar alojamientos en barrios de mala muerte y comer en restaurantes de dudosa categoría, donde las estrellas Michelin están en los manchones de la putrefacta indumentaria del cocinero. Conviene no mirar en la cocina antes degustar el plato, si no quieres que se te pase el hambre. Es muy posible que veas buen número de cucarachas, algunas de ellas caminarán de manera torpe, hecho de haber llenado bien el buche. También puede deambular entre tus pies algún ratón, que con mala suerte, será rata, en busca de sobras que van lloviendo por obra y gracia del espíritu santo. Forman parte de la fauna urbana. Por la noche, en tu colchón de espuma añejo, recostarás tus molidos huesos después de largas caminatas por donde te encuentres, porque el aventurero no se cansa nunca de investigar, de observar, de aprender. Cientos de mosquitos vendrán a buscar su cena contigo, porque eres sangre fresca y carne de cañón. Con suerte te cambiarán las sábanas cada semana, y si se lo recuerdas, quizás la toalla, que está que apesta y tú no llevas, para reducir equipaje. Cuando salgas a la calle, aprenderás a convivir con malandros y con gente a la que le va la vida empicado, que mirarán atentamente cuáles son tus movimientos, nunca pasarás desapercibido. Alguna puta de dudosa procedencia, entrada en edad y en kilos, se acercará hasta tí a ofrecerte sus servicios. Tienes que ser cortés si la rechazas, ella vive en esa esquina, lo lleva haciendo desde muchos años atrás y lo seguirá haciendo mientras pueda. Tú no eres más que un intrépido intruso. Si eres descortés, quizás ella quiera que te ocurra algo, para lo que sólo tiene que mover un dedo. Cuando te despidas, verás en su sonrisa ciertos huecos negros. Quizás sea falta de calcio y de dentista. No te rías de las desgracias ajenas. Ella usa su dinero para comer, no le llega para más.

Cuando vives lejos, esta es tu rutina, la lucha por conseguir llegar a lugares sencillos, dormir en una cama humilde y comer lo mismo que los lugareños, a no ser que tu economía boyante te permita desarrollar tus aventuras de una forma menos original y callejera, tirando de tarjeta y talonario a diestro y siniestro. Aunque todos sabemos que, por mucho dinero que se tenga, conviene pasar desapercibido, porque si ostentas delante de los pobres, están en su derecho de quitarte una parte, si no todo. Y el todo puede ser tu vida.
La curiosidad por descubrir tu mundo hay que llevarla en la sangre. Los mosquitos lo huelen. Prescindir de comodidades como las que mantienen atados a la inmensa mayoría de los mortales nunca fue fácil. Nadie dijo que lo fuese. Por eso, cuando recibo noticias de gente diciéndome que me envidian, que tengo suerte de conocer tantos lugares, que soy un privilegiado, que cambiarían su vida por la mía sin lugar a dudas,... tengo que decirles que vivir aventuras es duro, te lo dirá cualquier aventurero al que le preguntes. Yo conozco unos cuantos y todos coinciden. Si te enfermas, aquí no tienes a nadie que te traiga la medicina a la cama, ni un zumito para que te repongas. Sudarás la fiebre por tu cuenta y te arrastrarás hasta la calle con tu pedo delírico en busca de remedio para tus males, si es que lo encuentras. Para afrontar el reto de esta forma de vida hay que valer, sentirla y sufrirla, y después de muchos años de aprendiz, quizás algún día llegarás a ser un verdadero aventurero, si las circunstancias te lo permiten, porque llevarás muchos boletos comprados para que así no sea. Y que si te vas en busca de aventura a países como el tuyo, donde todo esté bien y cómodo, donde te costará un ojo de la cara sobrevivir cada mes, tu evolución será en negativo porque estarás pisando sobre pisado.

Si tienes suerte y vas sobreviviendo con el paso del tiempo a tu propia aventura, te darás cuenta que tu conciencia despierta, que te sientes vivo, que lo que ves no se limita a lo que veías desde la terraza de tu casa, que el mundo es demasiado grande y bello como para dejarlo de lado, que mereció la pena emprender el camino de ida.

Pero si no estás dispuesto a sacrificar y pretendes vivir con el mismo tren de vida que en tu patria natal, cómprate una hamaca, la cuelgas en la terraza de tu minúsculo mundo, y te balanceas soñando y leyendo sobre lo que acontece en tu planeta. Llegarás a ser un buen teórico de la vida. Aquí estarías perdido en el primer minuto.
miércoles, 2 de junio de 2010

Sanguijuelas de la vida


A la atención del sr. Botín, el sr. Ybarra, el sr. Rato, el sr. Trichet,... y demás señores y directores de bancos, cajas de ahorros y sucursales financieras que gestionan y dirigen nuestras vidas a su antojo:

Me ha costado diez años de mi vida darme cuenta de que nos venden castillos de humo, de que el ideal de una economía capitalista como la que proliferan sólo es buena para ustedes mismos, de que formar parte de una sociedad piramidal como la que han creado a base de engaño y confusión siempre mantendrá a los mismos cabecillas dirigiendo el rebaño, de que los políticos no son más que torpes marionetas que enfatizan su poder, de que gracias a ustedes, en el mundo cada vez hay más pobres y menos ricos, en lugar de equilibrar la balanza, de que su ambición y sed de dinero y de poder nunca tendrá fin.

La primera vez que entré en un banco, BBVA para ser más exactos, ya me sentí humillado. Apenas tenía veinte años e iba directo a firmar mi sentencia final, ignorante de mis actos. Cuando entras en la cárcel, sabes que no vas a salir en muchos años, quizás por buen comportamiento y buen recluso se te acorte la condena, pero estás seguro que te vas a comer unos cuantos años de talego.

-La hipoteca se firma como se ha diseñado!!! Esto no es Marruecos para venir a negociar por una alfombra!!! Esa fue la respuesta del títere de turno sobre un ingenuo chaval que se condenaba a la horca. Como regalo, el préstamo más caro del mercado.

-Ahora te bajas los pantalones y los calzoncillos, te das la vuelta y te agachas, que quiero ver si te escondes en el culo algo que no me hayas contado!!! Faltó decir.

Fueron pasando los años, los primeros cuesta arriba, con un sueldo ajustado a la abultada letra que había que pagar, sin escapatoria de un trabajo precario e insatisfactorio, con muchos sueños en punto muerto, con la agonía diaria de tener que trabajar para satisfacer la condena, buscando en la letra pequeña de los contratos algún atisbo de luz que nunca existe.

Con el tiempo, aprendí a jugar con su baraja, fui buscando de banco en banco una mejor oferta que sacara a flote mi economía, me convertí en mercenario. Crecía mi ambición y cada vez tenía mejores cartas, alargué mi condena en lugar de acortarla, pero ya estaba en la partida, había aprendido a jugar después de tantas charlas clandestinas en la trastienda de las oficinas de ahorros donde se esconde cualquier juez dictador de largas sentencias.

Pero de un día para otro, los engranajes de mi cabeza comenzaron a fallar. ¿En realidad, es esto lo que quiero? Este es el camino por el que me llevan, cómo me han educado y me han dicho que tienen que ser las cosas, pero ¿es mi camino? Si ni siquiera sé si quiero vivir así o vivir aquí. Sería mucha casualidad acertar con el lugar sin tener que buscar, sin tener que esforzarse por saber y conocer. Creo que nací en este lugar por casualidad, no me gusta el clima, los objetivos que se persiguen, la cara de la gente se ve siempre triste y apagada, ¿por qué motivo tengo que quedarme? Necesito mucho menos de lo que tengo para ser más feliz, para vivir más intensamente las aventuras que me invento, para ir de un lado a otro sin rumbo fijo y con satisfacción de haber vivido, para ir juntando anécdotas que luego contaré a mis hijos, y después a mis nietos, cuando me establezca, cuando encuentre mi pequeño lugar en el mundo, porque ahora estoy seguro de que existe.

Viajando encuentro a gente que vive a su manera, que diseña su vida a su antojo y semejanza, sin verse influidos por los maleantes que pretenden dirigirnos como muñecos de trapo. Gente como Xavi, como Jesús, como Oscar, como tantos y tantos otros que me inyectan ganas de seguir buscando, caminos paralelos que de vez en cuando convergen y fluyen acontecimientos, sabiduría de tantos pensamientos proclives a uno mismo, con un mismo objetivo, pero tan distintos.

Así que ahora comienza la cuenta atrás, señores del jurado. Pienso redimirme de mis pecados anteriores, no volveré a hacer caso a un puñado de borregos humanos que son los que mandan, sin tener ni puta idea de lo que es la vida. Voy a ser bueno, a ser un recluso ejemplar, porque no quiero seguir jugando en esta partida que apesta. Quiero acortar mi condena, salirme del lío de faldas en el que me metí ignorante y borracho de juventud y ganas.

Los termómetros indican claramente que el sistema no funciona, que el castillo de naipes se desploma si tocas la mesa, que los castillos de humo desaparecen de un soplido, que lo que creaste con muchos años de esfuerzo se derrumba de la noche a la mañana, que los sueños verdaderos y por los que merece la pena luchar no se compran con dinero, y que la vida es única y hay que vivirla como tal, sin desperdiciar un instante de tu tiempo en pensamientos vanos e improductivos que desaparecerán cualquier día cuando despiertes, llenándote la tráquea de un regusto amargo que nunca más desaparecerá.

Así que señores mandatarios de nuestro dinero y nuestras posesiones, hagan el favor de tratarnos bien mientras pertenezcamos a su secta, que somos quienes les dan de comer y les llenan los bolsillos, los que permiten que mantengan su estatus social y económico, los que pactan con el diablo a costa de cumplir algunos de sus efímeros sueños.