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martes, 24 de enero de 2012

Alas nuevas de libertad

Este año los reyes magos de oriente han sido excepcionalmente generosos conmigo. Han debido pensar que a lo largo del año he sido niño bueno, que me he portado bien con mis allegados, que he ayudado y colaborado en lo que he podido, que no me he quejado ante nada ni nadie a sabiendas que hay muchos niños que están mucho peor que yo, la mayoría de los niños del mundo están peor, han tenido menos “suerte” de nacer en lugares menos “privilegiados”. No creo que haya hecho nada especial este año pasado, otros años he sido más bueno, me he portado mejor, y no me han dejado nada en el zapato derecho que dejo todos los años delante de la puerta del balcón.
Siempre creí que a mi casa llegarían antes que a las demás, que sería una de las primeras en presentarse, no por ser mejor ni peor, no, nada que ver, si no porque frente al balcón, a un escaso metro, se encuentra un tejado del que es fácil saltar, aunque debo confesar que me hacía un lio pensando que con tanta ropa, sotana, capa, corona y demás indumentaria, no debe ser tan cómodo dar el paso, incluso alguna vez pensé que sería fácil que el rey mago cayera por el hueco que queda entre el tejado y el balcón. A mi casa siempre vino Baltasar. A las demás casas, con lo altas que quedan, no habiendo donde apoyarse, ni de donde saltar, yo, si fuese ellos, no me atrevería.
Este año me han regalado unas alas nuevas, blancas, relucientes, preciosas. Estoy loco por probarlas. Las viejas estaban demasiado gastadas, habían llevado bastantes golpes, bastante trote estos últimos años, ya no tenían la misma autonomía de vuelo, no alcanzaban la misma velocidad que al principio de probarlas, habían perdido plumas y se veían un poco sucias, no se pueden lavar.
Tienen una característica especial que no tenían las otras: no se puede retroceder con ellas por el camino andado. Si no se respeta, hay que abandonarlas y seguir a pie. Si se atraviesa un océano con ellas, obligatoriamente hay que volver al punto de partida dando la vuelta al mundo por el otro lado. Tampoco se debe mirar hacia atrás, este no es requisito fundamental, pero conviene para conservar el equilibrio en vuelo. Quitando estas dos cosillas, funcionan igual que las dos anteriores.
Se han portado bien conmigo los reyes magos de oriente. Me han regalado libertad, eso que tantas veces no se puede comprar ni con dinero. Me han debido ver triste, desubicado, monótono, descontrolado, que se yo.
Debo confesar algo: en la madrugada del día de reyes, escuché un ruido y me levanté de la cama. Llegué hasta la puerta de la cocina, donde se encuentra la puerta que da acceso al balcón. No era un rey, sino una reina. No era negro, si no blanca. Era mi mami. Estaba dejando mi regalo envuelto en un bonito papel. Ví que se había bebido el vaso de leche, incluso el agua de los camellos no estaba en su sitio, donde la dejé unas pocas horas antes. Así descubrí que los reyes no existen, en mi caso existe una reina, que me hace regalos como el que les comentaba. Me regala libertad. Me apoya en mis arriesgadas decisiones,  en mi forma de encarar a la vida, me ayuda para hacer mi vida original y creativa.
¿Que si dependo de ella? Supongo que no, me siento tan libre que ni tan siquiera de ella, si no estuviese, los recursos serían otros, las formas y los caminos distintos, debo confesar que me encanta que esté por aquí, ayudándome con los remos, remando hacia el mismo lado, sin cuestiones ni preocupaciones. La vida es demasiado linda para andar perdiéndola por el camino. Vayamos al grano. Por ahora, es momento de seguir volando. Disculpas por no girarme para despedirme, debo mantener el equilibrio en el vuelo.