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viernes, 29 de junio de 2012

Siguiendo a la seductora vida


Un hombre gesticula ansiosamente frente a mí. Aunque no hablamos el mismo idioma, parece fácil entenderle. Tiene el pelo rizado a la vez que largo, blanco y erizado, como Einstein. Yo diría que es chino, aunque si lo dijera, me tomarían por loco. Me indica hacia dónde ir. Quizás sea un interlocutor de alguien que pretende indicarme un camino. Le haré caso, nunca sabes quién es el ser que tienes delante de la cara. 

Algún amigo me escribe de España. No sabes de la que te estás librando me dice. Por momentos parece que va a estallar todo y se va a ir a la mierda, también comentan. La bolsa de valores por los suelos, coletazos de desesperación de un sistema que se resquebraja, que no responde a expectativas y desilusiona. No se como como acabará todo, me gusta vaticinar en la distancia, pero un regusto de indiferencia me impide ver de tan lejos.
No se hacia dónde ir, ni siquiera me lo planteo de un día para otro. Últimamente dejo que me lleve la gente, todos los amigos que conozco por donde paso. Partimos con planes oblicuos y a veces coincidimos. Lo importante es continuar hacia adelante sin retroceder.  A veces los pasos avanzan en una dirección evidente, otras no tanto. En esos momentos es mejor al corazón dejarle actuar. Cuando hay dos posibles opciones, el corazón no se equivoca nunca.

Soy inmigrante ilegal desde hace casi un mes. La verdad es que me hacía gracia serlo para luego contárselo a mis amigos. Ahora toca pasar la frontera.  Un tren se dirige hacia allí. Vía uno, la única que existe. Por si acaso, las dudas dejémoslas para Hamlet.
Mientras tanto, siguen muriendo árboles en el Amazonas, siguen pescando a dinamita en las Filipinas, destruyendo el ecosistema submarino, siguen explotando las minas del Cerro Rico, arrancándole de las agallas a la tierra la última sangre que aún posee. Intuyo que las mujeres son las únicas que conciben en su conciencia las ganas de proteger la vida.
Los años pasan y hay que ponerse pilas, la vida continúa, como un barco que zarpa, como un tren  que no espera más que lo establecido. Ya no queda tiempo para quejarse, sólo queda tiempo para enamorarse cada día. A fuerza de enamorarse, uno lo toma por costumbre. Luego ya es todo más fácil, la vida más divertida.
Algunos identificaran de lo que hablamos entre estas líneas, retazos de humilde sabiduría que voy rescatando de amigos, la mayoría de ellos con bastas experiencias de vida, con muchos días de lluvia ya vividos. Me siento como un nexo de unión entre una generación y otra, tan distanciada en años, un filtro interpuesto entre tan diferentes filosofías de vidas. Más que nunca entiendo que la edad no está en el físico o el pasaporte,  también se puede ser esencialmente viejo siendo demasiado joven.  Cada uno elige.
Mientras tanto, sigo saliendo de fiesta más que siempre, con premeditación y alevosía. El alcohol me corre por las venas con cierta continuidad, en esos gozosos delirios conozco gente de todos los colores, algunos serán determinantes para mi vida, otros no tanto, dependerá de mi más que de nadie.
Apuramos los últimos sorbos de una botella medio llena, la cual su nivel baja rápido, hay ganas de calentarse la cabeza, aunque sea a golpe de tequila mexicano ¡SALUD!, por una bonita VIDA.


Dos días después de ponerme un rato delante del pc a escribir unas cuantas líneas, crucé la frontera. Un argentino y tres chilenos ya estaban esperando para ser deportados. A Pato lo conocí un par de meses antes en la capital. Coincidimos en fiestas y festividades. Cada vez veo el mundo más pequeño.  La excusa, se me perdió el papel de inmigración. La realidad, no tengo dinero ni para pagar la multa. Mi falta de respeto a las leyes del país supone un monto de más de la mitad del sueldo mensual del inspector que me toma los datos en su escritorio. Soy el único huevón que paga la multa. Nos juntamos al otro lado de la frontera. La vida continúa.