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viernes, 6 de agosto de 2010

Los Caminos de la vida en Filipinas


Vamos a darle un nombre. ¿Qué les parece Lucy? Ella resucita todas las mañanas después del mediodía. Por la noche, su trabajo es duro y conviene descansar.
En muchas ocasiones se introduce en la vorágine festiva que enrola a algunos de sus clientes. Su cuerpo es pequeño, pero bien formado. Apenas llega a los veinte y, en su corta trayectoria  haciendo la vida, los problemas se multiplican.

Hace solo un mes que la necesidad la metió en esto. Terminó de estudiar y de la noche a la mañana decidió abandonar su isla para por algún dinero entregarse a turistas hambrientos. Sus hermanos tienen que ir al colegio, su familia no tiene los medios y en el afán de intentar que en los menores no se repita su dramática historia se entrega a los perros. Paga su habitación como puede en una humilde choza de las afueras. Nunca ve la tele, pasa el tiempo pensando, armando un puzzle con piezas imposibles.

En la discoteca apenas baila; su carácter es serio, no es momento para bromas. Otea el pequeño horizonte que tiene frente a sus ojos oscuros en busca de cruzar una mirada lasciva con ganas de sexo. No necesita amor o cariño. Sólo billetes que le ayuden a solventar la deuda que ha contraído con su casera. Prefiere viejos, feos y gordos con sus defectos asumidos. Pagan mejor, y en breve los despacha. Cuando el encuentro es menos difícil, no la tocan, sólo la observan, esas miradas no las interpreta, con sufrirlas tiene más que suficiente; mientras se desnuda, poco a poco, ellos se masturban.

En su profesión abundan las situaciones duras donde viene obligada a satisfacer fantasías que deshonran nuestra especie. El miedo suele ser su indeseado compañero; cierra fuerte sus ojos y evade. Viaja en su imaginación a su infancia. Recuerda su niñez, cuando creía que la vida era perfecta y su mayor problema era buscar un juguete entretenido para pasar el día, cualquier cosa servía; un palo, una cuerda... “Si ato el palo al cabo, podré arrastrar la carga sobre la arena de la playa, puede ser un auto o un caballo. Sobre el agua quizás un barco.”

La realidad es otra, en este momento, su cuerpo flota dócil sobre la masa de sebo de la barriga de su compañero de pago. Se mueve como una pequeña barca, a la deriva, en un mar agitado. Trata de buscar un ritmo pero no es sencillo. Tiene que hacer un buen trabajo para que su cliente repita. En el oficio la competencia es feroz y sabe que si no encuentra fuerza para lograr el esmero adecuado, en favor de otra, perderá su sustento. Además, este adulto paga bien, la tiene pequeña, eyacula de prisa y jamás protesta.

Trabajó un tiempo de camarera en una cantina de su pueblo. De sol a sol se pasa la vida. Llegaba cansada de dar vueltas, y a la jornada siguiente más de lo mismo. El día de cobro ya estaba todo gastado, apenas alcanzaba para tapar agujeros. Donde hay miseria las malas ideas son agua de supervivencia, así supo como otras muchachas se ganaban la vida. Las voces decían que en los bares de playa se conseguían clientes que pagaban por una noche, lo que ella sacaba en todo un mes de faena. Pensaba: “Qué injusto es el destino”. El suyo si iba a cocer en el fuego de una triste realidad avivada por forasteros, donde los coreanos son los más deseados. Les llaman: “Tres-tres-tres”. Tres, centímetros; tres, minutos y pagan tres grandes.

El buen clima, bucear, en paradisíacos fondos marinos, o mejorar su inglés. Toda excusa es buena, la realidad es otra; llegan en rebaños y pasean despistados: “Crean mercado”. Apenas conocen la noche. Muchas veces se encuentran por la playa con alguna chica y sienten un flechazo. Se enamoran; la pasión puede con ellos y la cogen de novia. El encuentro, difícilmente, haya sido casual y los estímulos son generados adrede para lograr el objetivo culminante. “Si quieres que sea tu novia, tengo que dejar este trabajo y si lo hago necesito una asignación mensual que me permita vivir más desahogada y ayudar a mi familia”.

Casi todas tienen hijos, a veces, los ocultan de sus presuntos prometidos. La carrera es larga y está llena de obstáculos, las más afortunadas logran un buen matrimonio, otras consiguen arañar un salario, hay buena afluencia de ellas a las oficinas de transferencias de la Western Union. Son el género, en el mercadeo del sexo, las que reúnen las mejores condiciones suelen ser favorecidas por varios enamorados, lo que supone, ingresos múltiples; una economía desahogada; y la posibilidad de ayudar a su familia se transforma en una flor en el camino que arrasan las bestias. Abundan las trampas, por aquí la comida no es muy buena, de noche fluye el alcohol y el tabaco, este suma nociva deteriora el cuerpo; su herramienta. Todo va muy de prisa y con el paso del tiempo disminuyen las posibilidades.

Una vida dura donde los problemas se multiplican como setas. Es normal que acumule tensiones, también lo es que necesite a alguien que la escuche, cuando lo encuentra se desahoga, sin poder disimular que hay realidades que no pueden salir de sus adentros.

En la hora de poca afluencia de fieles suele pasar por la iglesia para encender una vela; es que cuando no le quedan monedas tiene que tomarla prestada. “Quizás mañana tenga”, murmura. No tiene prisa, ora y después habla a su Dios desde su conciencia, sabe que él la escucha; le pide perdón aunque tan solo con la comprensión le basta. En la parroquia su fe recoge sosiego que la acompaña a casa. Descansa un rato en la hamaca y se relaja pero el Diablo la despierta, ríe, la avasalla, le recuerda los próximos pagos y la manda al trabajo de vuelta.

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