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miércoles, 24 de marzo de 2010

Amanecer con lluvia nipona

Las calles amanecen teñidas de agua esta mañana. Hay una aparente calma y desolación. Vuelve el color gris, el color neutro, el color que no sabe ni dice mucho. La algarabía y el bullicio de estos dos días anteriores desaparece de las calles.

Tokio hoy es una ciudad en penumbra. Días antes se veía el alborozo de una ciudad grande, enorme diría yo, aún sin ser consciente de ello, quizás la más grande del mundo. Más de treinta millones de habitantes comparten territorio. El país es alargado de norte a sur y posee una extensa variedad de climas. Ha llegado la primavera nipona, esa estación del año en la que se supone los cerezos y los almendros florecen en los parques. Se llenan de flores rosas y blancas que decoran los edificios como gigantescos tiestos. Apenas vi algunas ramas cortadas para la ocasión y expuestas en lugares previstos. Todo controlado.

En Japón se controla todo. Hasta los gramos de mantequilla que te comes para desayunar. El tendido eléctrico cuelga con aparente desorden por la calle. Seguro que tiene su sentido. Muchas esquinas tienen su oficina de policía. Apenas habla alguien otra lengua que no sea japones. Parece que es lo que peor controlan. Deben ser como los ingleses y los gringos, que me visite quien quiera, pero que me pregunte en mi idioma. En muchas estaciones de metro, los planos sólo se leen en hiragana. Pregunto para aclararme y les pongo en un tremendo apuro. Muchas veces nos entendemos por señas y casi todos abandonan su recorrido para acompañarme a desenredar mi entuerto.

Son muy amables. Siempre saludan. Lo hacen como una reverencia, un pequeño gesto inclinando la cabeza. En europa apenas existe el saludo. Se extinguió. La gente clava la mirada contra el suelo. Escurre el compromiso. Aquí es como una obligación, un pequeño gesto de buena educación.

Esta sociedad es tremendamente consumista. Las tiendas son gigantescas. Muchas tienen de cinco plantas para arriba. Les gusta mucho el juego. Están bastante viciados. El sexo parece tabú, pero lo cierto es que tienen hoteles destinados para ello de manera explícita, parecidos a los telos argentinos, decorados para la ocasión a gusto del consumidor.

Buenos coches, gigantescos edificios, mucho dinero en cemento y asfalto, fantásticos aviones y estupendos trenes bala, buena ropa y mucha tecnología. No soy capaz de intuir sentimientos. Si arrogancia y cortesía de una sociedad tremendamente capitalista que se engulle a si misma, como claro ejemplo del presente futuro que le espera a europa. Burbujas especulativas que estallaron y volverán a estallar de un momento a otro para dejar paso a momentos de crisis, desconcierto e incertidumbre, una sociedad en la que lo que parecía cierto y seguro da paso a momentos de angustia e intranquilidad. Así son las grandes ciudades del mundo, paraísos consumistas que engullen a la mayoría de sus habitantes.

Como dice el cineasta nipón Takeshi Miike, reflejo en mis películas la agresividad que esconde en su interior la aparente felicidad de la sociedad con la que convivo.

1 comentarios:

Juan F. Seoane dijo...

Bueno veo que ya va terminando de coger forma. Sigue trabajando así, siempre un placer poder seguirte.