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martes, 8 de junio de 2010

La Mochila del Aventurero



Es difícil andar por la vida sin mirar atrás, sin acordarte de lo que has hecho y dejaste sin terminar, sin desconfiar de los que te siguen por la misma acera por la que caminas en la oscuridad de la noche, sin la necesidad de juzgar y prejuzgar lo que ves, lo que escuchas, lo que sientes. Cuando empiezas a apreciar la vida de un lugar con los cinco sentidos es con el paso del tiempo, dependiendo de tu predisposición en adaptarte al entorno, a la gente, a los olores y sabores, a la idiosincrasia tan diferente a la que has vivido en tu país de origen.

En la mochila de un aventurero tiene que viajar lo justo, ni de más, ni de menos. Si te pasas con lo previsto, te llevarás fuertes sofocones en una de esas caminatas para alcanzar un destino. Vivir con lo justo es una asignatura pendiente difícil de aprobar. La mayor parte de los viajes se planean con la seguridad de que pasado un mes estarás de vuelta en tu casa, con tu cocina vitro, tu sofá, tu plasma líquido y tu colchón ergonómico, delicioso para un sueño confortable. Mantendrás en tu retina los recuerdos de un par de experiencias pasadas, si es que te aventuras a salir del lujoso hotel en el que te instalas. Mientras tanto, volverás a la rutina de tu vida y soñarás con que el año próximo tus facturas te permitan hacer un esfuerzo económico de semejante envergadura sin tener que volver a pedir una ampliación de hipoteca.

Un aventurero sale de su casa con poco material y muchas ilusiones, con billete de ida, porque se va a vivir a otro lugar muy lejano, con la casa a cuestas, con la obligación de aprender cada día algo que le sirva para evolucionar en su filosofía de vida, con la ventaja de ir agrandando su mundo, que dejará de reducirse a la simpleza de una casa, un barrio, un pueblo, una ciudad, una provincia o un país. Entiende que el mundo es mucho más grande y no tan insignificante, con muchas esquinas que descubrir, mucha gente que conocer. Los dos mil euros de media que se gasta una persona cualquiera en sus vacaciones, el aventurero los tiene que estirar cuatro meses, porque de gastar a ese ritmo quebraría de manera instantánea su economía.

Consecuencia de ello, hay que buscar alojamientos en barrios de mala muerte y comer en restaurantes de dudosa categoría, donde las estrellas Michelin están en los manchones de la putrefacta indumentaria del cocinero. Conviene no mirar en la cocina antes degustar el plato, si no quieres que se te pase el hambre. Es muy posible que veas buen número de cucarachas, algunas de ellas caminarán de manera torpe, hecho de haber llenado bien el buche. También puede deambular entre tus pies algún ratón, que con mala suerte, será rata, en busca de sobras que van lloviendo por obra y gracia del espíritu santo. Forman parte de la fauna urbana. Por la noche, en tu colchón de espuma añejo, recostarás tus molidos huesos después de largas caminatas por donde te encuentres, porque el aventurero no se cansa nunca de investigar, de observar, de aprender. Cientos de mosquitos vendrán a buscar su cena contigo, porque eres sangre fresca y carne de cañón. Con suerte te cambiarán las sábanas cada semana, y si se lo recuerdas, quizás la toalla, que está que apesta y tú no llevas, para reducir equipaje. Cuando salgas a la calle, aprenderás a convivir con malandros y con gente a la que le va la vida empicado, que mirarán atentamente cuáles son tus movimientos, nunca pasarás desapercibido. Alguna puta de dudosa procedencia, entrada en edad y en kilos, se acercará hasta tí a ofrecerte sus servicios. Tienes que ser cortés si la rechazas, ella vive en esa esquina, lo lleva haciendo desde muchos años atrás y lo seguirá haciendo mientras pueda. Tú no eres más que un intrépido intruso. Si eres descortés, quizás ella quiera que te ocurra algo, para lo que sólo tiene que mover un dedo. Cuando te despidas, verás en su sonrisa ciertos huecos negros. Quizás sea falta de calcio y de dentista. No te rías de las desgracias ajenas. Ella usa su dinero para comer, no le llega para más.

Cuando vives lejos, esta es tu rutina, la lucha por conseguir llegar a lugares sencillos, dormir en una cama humilde y comer lo mismo que los lugareños, a no ser que tu economía boyante te permita desarrollar tus aventuras de una forma menos original y callejera, tirando de tarjeta y talonario a diestro y siniestro. Aunque todos sabemos que, por mucho dinero que se tenga, conviene pasar desapercibido, porque si ostentas delante de los pobres, están en su derecho de quitarte una parte, si no todo. Y el todo puede ser tu vida.
La curiosidad por descubrir tu mundo hay que llevarla en la sangre. Los mosquitos lo huelen. Prescindir de comodidades como las que mantienen atados a la inmensa mayoría de los mortales nunca fue fácil. Nadie dijo que lo fuese. Por eso, cuando recibo noticias de gente diciéndome que me envidian, que tengo suerte de conocer tantos lugares, que soy un privilegiado, que cambiarían su vida por la mía sin lugar a dudas,... tengo que decirles que vivir aventuras es duro, te lo dirá cualquier aventurero al que le preguntes. Yo conozco unos cuantos y todos coinciden. Si te enfermas, aquí no tienes a nadie que te traiga la medicina a la cama, ni un zumito para que te repongas. Sudarás la fiebre por tu cuenta y te arrastrarás hasta la calle con tu pedo delírico en busca de remedio para tus males, si es que lo encuentras. Para afrontar el reto de esta forma de vida hay que valer, sentirla y sufrirla, y después de muchos años de aprendiz, quizás algún día llegarás a ser un verdadero aventurero, si las circunstancias te lo permiten, porque llevarás muchos boletos comprados para que así no sea. Y que si te vas en busca de aventura a países como el tuyo, donde todo esté bien y cómodo, donde te costará un ojo de la cara sobrevivir cada mes, tu evolución será en negativo porque estarás pisando sobre pisado.

Si tienes suerte y vas sobreviviendo con el paso del tiempo a tu propia aventura, te darás cuenta que tu conciencia despierta, que te sientes vivo, que lo que ves no se limita a lo que veías desde la terraza de tu casa, que el mundo es demasiado grande y bello como para dejarlo de lado, que mereció la pena emprender el camino de ida.

Pero si no estás dispuesto a sacrificar y pretendes vivir con el mismo tren de vida que en tu patria natal, cómprate una hamaca, la cuelgas en la terraza de tu minúsculo mundo, y te balanceas soñando y leyendo sobre lo que acontece en tu planeta. Llegarás a ser un buen teórico de la vida. Aquí estarías perdido en el primer minuto.

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