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miércoles, 2 de junio de 2010

Sanguijuelas de la vida


A la atención del sr. Botín, el sr. Ybarra, el sr. Rato, el sr. Trichet,... y demás señores y directores de bancos, cajas de ahorros y sucursales financieras que gestionan y dirigen nuestras vidas a su antojo:

Me ha costado diez años de mi vida darme cuenta de que nos venden castillos de humo, de que el ideal de una economía capitalista como la que proliferan sólo es buena para ustedes mismos, de que formar parte de una sociedad piramidal como la que han creado a base de engaño y confusión siempre mantendrá a los mismos cabecillas dirigiendo el rebaño, de que los políticos no son más que torpes marionetas que enfatizan su poder, de que gracias a ustedes, en el mundo cada vez hay más pobres y menos ricos, en lugar de equilibrar la balanza, de que su ambición y sed de dinero y de poder nunca tendrá fin.

La primera vez que entré en un banco, BBVA para ser más exactos, ya me sentí humillado. Apenas tenía veinte años e iba directo a firmar mi sentencia final, ignorante de mis actos. Cuando entras en la cárcel, sabes que no vas a salir en muchos años, quizás por buen comportamiento y buen recluso se te acorte la condena, pero estás seguro que te vas a comer unos cuantos años de talego.

-La hipoteca se firma como se ha diseñado!!! Esto no es Marruecos para venir a negociar por una alfombra!!! Esa fue la respuesta del títere de turno sobre un ingenuo chaval que se condenaba a la horca. Como regalo, el préstamo más caro del mercado.

-Ahora te bajas los pantalones y los calzoncillos, te das la vuelta y te agachas, que quiero ver si te escondes en el culo algo que no me hayas contado!!! Faltó decir.

Fueron pasando los años, los primeros cuesta arriba, con un sueldo ajustado a la abultada letra que había que pagar, sin escapatoria de un trabajo precario e insatisfactorio, con muchos sueños en punto muerto, con la agonía diaria de tener que trabajar para satisfacer la condena, buscando en la letra pequeña de los contratos algún atisbo de luz que nunca existe.

Con el tiempo, aprendí a jugar con su baraja, fui buscando de banco en banco una mejor oferta que sacara a flote mi economía, me convertí en mercenario. Crecía mi ambición y cada vez tenía mejores cartas, alargué mi condena en lugar de acortarla, pero ya estaba en la partida, había aprendido a jugar después de tantas charlas clandestinas en la trastienda de las oficinas de ahorros donde se esconde cualquier juez dictador de largas sentencias.

Pero de un día para otro, los engranajes de mi cabeza comenzaron a fallar. ¿En realidad, es esto lo que quiero? Este es el camino por el que me llevan, cómo me han educado y me han dicho que tienen que ser las cosas, pero ¿es mi camino? Si ni siquiera sé si quiero vivir así o vivir aquí. Sería mucha casualidad acertar con el lugar sin tener que buscar, sin tener que esforzarse por saber y conocer. Creo que nací en este lugar por casualidad, no me gusta el clima, los objetivos que se persiguen, la cara de la gente se ve siempre triste y apagada, ¿por qué motivo tengo que quedarme? Necesito mucho menos de lo que tengo para ser más feliz, para vivir más intensamente las aventuras que me invento, para ir de un lado a otro sin rumbo fijo y con satisfacción de haber vivido, para ir juntando anécdotas que luego contaré a mis hijos, y después a mis nietos, cuando me establezca, cuando encuentre mi pequeño lugar en el mundo, porque ahora estoy seguro de que existe.

Viajando encuentro a gente que vive a su manera, que diseña su vida a su antojo y semejanza, sin verse influidos por los maleantes que pretenden dirigirnos como muñecos de trapo. Gente como Xavi, como Jesús, como Oscar, como tantos y tantos otros que me inyectan ganas de seguir buscando, caminos paralelos que de vez en cuando convergen y fluyen acontecimientos, sabiduría de tantos pensamientos proclives a uno mismo, con un mismo objetivo, pero tan distintos.

Así que ahora comienza la cuenta atrás, señores del jurado. Pienso redimirme de mis pecados anteriores, no volveré a hacer caso a un puñado de borregos humanos que son los que mandan, sin tener ni puta idea de lo que es la vida. Voy a ser bueno, a ser un recluso ejemplar, porque no quiero seguir jugando en esta partida que apesta. Quiero acortar mi condena, salirme del lío de faldas en el que me metí ignorante y borracho de juventud y ganas.

Los termómetros indican claramente que el sistema no funciona, que el castillo de naipes se desploma si tocas la mesa, que los castillos de humo desaparecen de un soplido, que lo que creaste con muchos años de esfuerzo se derrumba de la noche a la mañana, que los sueños verdaderos y por los que merece la pena luchar no se compran con dinero, y que la vida es única y hay que vivirla como tal, sin desperdiciar un instante de tu tiempo en pensamientos vanos e improductivos que desaparecerán cualquier día cuando despiertes, llenándote la tráquea de un regusto amargo que nunca más desaparecerá.

Así que señores mandatarios de nuestro dinero y nuestras posesiones, hagan el favor de tratarnos bien mientras pertenezcamos a su secta, que somos quienes les dan de comer y les llenan los bolsillos, los que permiten que mantengan su estatus social y económico, los que pactan con el diablo a costa de cumplir algunos de sus efímeros sueños.

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