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martes, 25 de mayo de 2010

Leoneses por el Mundo

Cuando viajas por el norte de Colombia y quieres atravesar la fascinante selva del Darien, lo aconsejable y aconsejado es que lo hagas en barco desde Turbo para evitar caer en manos de alguno de los frentes paramilitares activos que operan en el país sudamericano en pos del dominio del negocio de la coca. De la misma forma que cuando viajas por el Sahel más occidental y se quiebra tu suerte, puedes dar con tus huesos en una celda improvisada donde guardan sus tesoros los presuntos de Al Qaeda.

No cabe duda que si paseas por las fabelas de Rio de Janeiro, en un momento muy dado y desafortunado puedes verte envuelto en un tiroteo de fuego cruzado entre narcotraficantes y ejército. Si te dejas caer entre Uganda y Ruanda, el interminable conflicto entre Hutus y Tutsis puede complicar tu feliz existencia. Del mismo modo que si vacilas con tu velero en aguas cercanas a la costa somalí, el hambre de dinero y la sed de venganza de los piratas africanos te retendrán como rehén inofensivo en algún perdido monte de las cordilleras de su país en espera de que paguen tu recate, su única fuente de ingresos activa. Si pateas alguna calle del País Vasco y estalla un artefacto explosivo, puedes verte perjudicado, de la misma forma que podía ocurrirte en Irlanda hasta hace muy poco tiempo. Si sales a la calle un día de ventisca, una teja te puede caer en la cabeza y abrirtela al medio. Tuviste mala suerte.

Algo similar ocurre en Zamboanga, ciudad sureña de la isla filipina de Mindanao, a la que todas las embajadas desaconsejan viajar. En ella opera Abu Sayaf y diversos frentes islámicos en su lucha por la liberación e independencia de la isla. Los insurrectos se esconden en las cercanas islas Jolo, sobre todo en Basilan, donde una base americana instruye al ejército filipino en la lucha anti terrorista.
A estas lejanas tierras llegó el padre Max Rodriguez, natural de León y perteneciente a la orden de los clairetianos, hace unos cuarenta y ocho años, y aquí se quedó. Las respuestas a las preguntas del porque de su decisión sólo las conoce él. Supongamos que casi medio siglo de vida conviviendo en esta comunidad dan para rellenar las hojas de varios libros.
Uno de los continuos apagones de luz que sufre la ciudad le obliga a abandonar su despacho, y descansa en una mesa de escritorio junto a su secretaria, con varios periódicos del día delante de sus ojos.  El despacho es sencillo, sin nada ostentoso que obligue a pensar que la parroquía mueve mucho dinero. Los mismos muebles generación tras generación.
Habla de política, del nuevo presidente y de sus promesas de acabar con la corrupción. Aquí todos son escépticos respecto al tema, quizás una nueva maniobra para ostentar el poder. También menciona a Abu Sayaf, al trasfondo político del conflicto y al enfrentamiento religioso cristiano musulmán. Dice que Zamboanga nunca será musulmana, ya que tres cuartas partes de sus habitantes son cristianos. Sin embargo, en las Jolo, el noventa por ciento de la población es musulmana, el setenta por ciento en Basilan, y se reproducen sin control de natalidad. Muchas familias llegan hasta los quince hijos.
Critica a Europa con serenidad, con la sabiduría de un anciano que es consciente de que no se equivoca en lo que dice. Afirma que la crisis es relativa a cada lugar y cada espacio de tiempo. Es una crisis moral más que económica. Si en casa quieren tener cuatro coches en lugar de los dos que se tienen hasta el momento, si que hay crisis. Si se quiere tener tanto dinero en la cuenta corriente, luchar contra el dólar, aspirar a más y no se consigue, los telediarios y los periódicos hablarán continuamente de crisis. En Europa la comunidad es cerrada, el progreso les aparta de sus vecinos y familiares. Se crean individualismos.
En Filipinas hay gente que come una o ninguna vez al día. La tierra produce lo suficiente para que la gente no muera. Aquí sólo viven los que son muy ricos, los demás habitan. Los pobres se endeudan con los ricos y pasan toda su vida trabajando para pagar los préstamos, con unos intereses  arrolladores.
Sigue votando en España por correo desde Zamboanga, quizás el único habitante español que habita estas tierras. Su corazón es filipino. Aún así, intenta estar al tanto del telediario de la primera en la hora de la cena, y cuando puede visita a la familia que le queda en tierras leonesas.
Cuando estoy a punto de marchar, aparece un hombre con una receta médica en la mano. Pide dinero. Mientras trata de convencer a Max con tiernas palabras, le hace un cariñoso masaje en la espalda, en señal de agradecimiento por volver a brindarle la oportunidad de comprar la medicina que tanto necesita. La secretaria mete la mano en el cajón de su mesa y saca el dinero. En la comunidad se apoyan. En Filipinas, los pobres ayudan más que los ricos.

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