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lunes, 10 de mayo de 2010

El Imperio Contraataca


Shanghai es una de las urbes más pobladas del mundo. En ella se amontonan millones de personas, millones de bicis para trasladar a las personas de un lugar a otro, miles de autos de los miles de afortunados dueños que han hecho valer en su vida uno de sus sueños, cientos de miles de autobuses para trasladar a las masas, cientos de miles de pequeños negocios con los que sobrevive la gente,...

En definitiva, miles de millones de sueños acumulados que se van dilapidando día tras día en la rutina de la insatisfacción de la vida.

No se respeta nada, la espera desespera. Todos intentan disimular lo más mínimo para adelantar a su enemigo, es así en la guerra. Codazos y carreras son armas habituales en territorio chino. Todo el mundo tiene prisa por no perder el tren, por llegar a su destino pasando y pisando por encima a los demás. Noto como me miran de lado, extrañados porque no hago movimiento y les dejo. Para mi pienso, “estuve donde os dirigís y no me gustó lo más mínimo, no compito nunca más en la vuestra”.

Los semáforos no existen. Siempre es verde para los autos. Conviene no arriesgar en el paso de peatones, el chino conductor abusará de superioridad y no parará, mostrando una absoluta prepotencia. La masa se acumula para ver el espectáculo del bund. Los grandes edificios de la ciudad, el poderoso y emergente imperio económico chino se ilumina.

Desde la orilla opuesta, la masa disfruta del espectáculo. Se saben pasajeros de la misma apisonadora. Algunas grúas sobresalen en las alturas, mostrando los nuevos proyectos de mayor envergadura. La masa disfruta de su poder con orgullo. Se ven los futuros amos del mundo.

La ciudad no es muy diferente a cualquier otra apestosa ciudad que afloran por los cinco continentes. No se observa un plan urbanístico en condiciones, por lo que por cualquier lado afloran rascacielos como champiñones. Los autobuses urbanos utilizan un nuevo sistema de alimentación que no vi hasta ahora. Se recargan de energía con un cable que conecta el vehículo al sistema eléctrico de algunas calles céntricas. El cableado se vuelve caótico.

El mismo caos tapona a la masa en el bund. No hay suficientes accesos al paseo para observar el espectáculo. Tampoco suficientes accesos para bajar después de verlo. La masa queda taponada durante horas. No se respetan los carritos de bebés, ni las mujeres embarazadas, ni los ancianos, sólo valen los codos y empujones. La enfervorizada masa retorna a su casa tras ver la misma película de todos los días. La masa tapona las calles, bloquea a los coches, a sus pacientes conductores, a los desesperados policías de tráfico, a las entradas de los negocios, a la entrada del metro, al detector de explosivos, a los vagones abarrotados,... la masa no respeta, entra primero sin dejar salir antes, corren a conseguir un asiento, un preciado hueco que les corresponde por lo que pagaron.

La mitad de los habitantes del mundo se amontonan en las ciudades. De ahí el lema de la exposición universal de 2010, “Mejor ciudad, mejor vida”. El trabajo en adelante, mejorar las infraestructuras para que la masa disfrute de mejores espacios públicos para desarrollar su vida, transportes más cómodos y rápidos para acceder a sus obligaciones y ocios, más planes sociales para satisfacer las necesidades de los más desfavorecidos. Lo mejor que veo en este lema, sin lugar a dudas, es que la mayor parte del mundo pertenece a la otra mitad de sus habitantes que no reside junto a la masa, que se mueve de forma autónoma, por su propio camino, muchos de los cuales no persiguen los mismos objetivos ni tienen los mismos sueños que la mayor parte de la masa. El mundo es muy grande, pero a la vez es como un pequeño pañuelo. Recorrerlo es cuestión de tiempo, cuestión de gustos. La masa prefiere no hacerlo, pelear toda una vida por sueños materiales que no llegará a realizar, principalmente porque la ambición del ser humano nunca termina y nada es suficiente.

Las personas más inteligentes que encontré en mi vida las conocí en la selva, entre árboles, nunca entre edificios. Ellos entienden a la perfección las leyes de la naturaleza y las respetan. Viven en armonía con ella. No están apenas contaminados por obsesiones capitalistas. Consiguen lo que necesitan y les es suficiente. Lo sacan de la tierra y el agua, de los árboles y las plantas, de los ríos y los mares. Y viven felices. En las ciudades todos agonizan impacientes por conseguir lo inmerecido, por quitar a los más necesitados una pequeña parte de lo que les pertenece.

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